INCERTIDUMBRES ELECTORALES.
Opinión: Ángel Sánchez
Cualquier convocatoria electoral conlleva una relativa incertidumbre, a pesar de los sondeos y encuestas “ad hoc”, cuyo objetivo es crear un determinado estado de opinión general.
Que las elecciones locales hayan sido vistas como convocatorias de segundo orden se corrobora a través del interés mostrado por el electorado, principalmente, en cuanto a la participación. Por lo tanto, si tomamos como referencia el último período electoral, donde se celebraron dos convocatorias de elecciones Generales, las Autonómicas, las Municipales y las Europeas, podemos llegar confirmar que, pese a la hipotética proximidad del elector a la política municipal como parte de su vida cotidiana, ésta tiene mucha menos relevancia, quizá por ser consideradas como unas elecciones más administrativas que políticas, confusión generada por la influencia e instrumentalización que habitualmente los partidos nacionales hacen de las elecciones locales “utilizándolas”, o como primera vuelta estatal, o incluso como una simple macro encuesta electoral de cara a esos comicios de rango territorialmente superior.
La participación en las Generales de abril de 2019 fue del 74,4%, en las Autonómicas (que, por primera vez se celebraban junto a las Generales y no con las municipales), del 73,5 (la media, anterior a la coincidencia rondaba el 66%), en las elecciones municipales del 55,5% (bajando casi diez punto de la media de participación al verse “contagiadas” por las Europeas, consideradas dada la participación como verdaderas elecciones de tercer nivel), en las Europeas del 57,3% y en la repetición de las elecciones legislativas la participación fue del 68% del censo. Las cifras muestran que el electorado local efectivamente ha considerado tradicionalmente que las elecciones municipales son menos importantes porque aparentemente hay menos en juego. Pero, ¿en verdad hay menos en juego?.
Por lo tanto, la primera incertidumbre se refiere al nivel de participación en las elecciones municipales del próximo 28 de mayo.
En cuanto al escenario electoral referido a partidos, coaliciones y candidaturas, el fraccionamiento de la oferta sigue siendo la norma, aunque tampoco muy diferente a la realidad municipal en general.
Si tomamos como referencia los gobiernos que necesariamente han tenido que contar con más de un partido en el gobierno, tenemos 2003 (coalición de apenas un año, “gracias” a la moción de censura de un tránsfuga del Bloc contra el gobierno constituido por PSOE, Bloc y Esquerra Unida), 2011 (coalición entre PP y el partido local Decido únicamente el último año pese a que existía una mayoría alternativa si sumábamos los representantes de PSOE, Compromís, Esquerra Unida e Iniciativa), 2015 (coalición entre PSOE, Compromís, PDC como marca instrumental de Podemos, Esquerra Unida y el partido local Democrates) y 2019 (coalición entre PP, Ciudadanos y, sin asumir competencias de gobierno, Vox). Por lo tanto, la segunda incertidumbre es la aritmética que pueda surgir de las urnas y las sumas que puedan darse para la investidura pues, en el ámbito municipal el hecho más relevante es éste, ya que la realidad “presidencialista” (con amplias competencias de la Alcaldía) condiciona la formación de gobierno, su continuidad y las políticas municipales que puedan (o no) implementarse a lo largo del mandato.
Tras las elecciones habríamos resultado la primera incertidumbre (la participación) quedando por resolver, en función de los resultados, la segunda sobre la investidura y composición del gobierno. No obstante, dado el mecanismo de estabilidad que la legislación prevé para la investidura (o mayoría absoluta de representantes o el partido más votado) la cuestión se reducirá a si de nuevo se buscan acuerdos de investidura mayoritarios o el partido más votado decide gobernar en solitario buscando diálogo y acuerdo.
Las dinámicas principales que se dan en los procesos de negociación para formar gobierno son básicamente tres: la de “buscar cargos” (la búsqueda de carteras, competencias y beneficios), la influencia sobre las políticas públicas municipales a través de acuerdos programáticos o una combinación de ambas. Si los acuerdos para la investidura y la posterior formación de gobierno carecen de contenido (como ha sido la tónica en los últimos tres gobiernos municipales de coalición) centrándose en únicamente en el reparto de cargos y beneficios, el rendimiento de gobierno podría ser, nuevamente, más que una incertidumbre, un problema.
Y la tercera y última incertidumbre, unida a la de la participación y la investidura, se refiere a si la ciudadanía, en general, votará pensando más en el debate político estatal o en los temas locales. Si lo hace pensando en el debate nacional, lo sustancial de la democracia municipal volverá a ser, en cierto modo, irrelevante. Si tenemos en cuenta que no sólo se elige a quien debe gobernar sino qué políticas públicas se desarrollarán a través del voto, se elige y decide mucho más que a quien preferimos al frente de la Alcaldía. Aquí la mirada hacia el mandato que finaliza (asignación de responsabilidades) y las alternativas que se presenten debería ser la actitud ideal que guiase, de forma genérica, el comportamiento del electorado, aunque esa incertidumbre no depende únicamente del desempeño de los partidos y candidaturas locales, sino también de la toma de conciencia del electorado sobre lo que realmente está en juego en su municipio.