Pascual Rosser

Dali estuvo en Alicante, ¿también con alguna de sus excentricidades?

Opinión. Pascual Rosser Limiñana

| Radio El Campello

Dali estuvo en Alicante, ¿también con alguna de sus excentricidades?
Opinión. Pascual Rosser Limiñana

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Salvador Dalí estuvo en Alicante. También se le achaca entonces una de las muchas excentricidades con las que llamaba la atención y conseguía se hablara de él en los periódicos, corrillos callejeros y círculos culturales. En un rato se lo cuento, ya verá.

Se hospedó en uno de tres hoteles más famosos de la época: el hotel Samper. Los otros eran el Reina Victoria y el Palas. Todos ellos se situaban en la fachada marítima de la ciudad. Los dos primeros tenían delante el Paseo de la Explanada, que imprimía carácter ya que el todo Alicante caminaba por este paseo.

Dalí quiso conocer la ciudad pequeña, hospitalaria, mediterránea y luminosa que era (y es) Alicante, empaparse de esa luz inmaculada con la que nadie puede competir. Deseaba conocer las obras de los autores locales que habían plasmado en sus lienzos esa luminosidad, el tratamiento de la luz, la plasticidad de los colores. Ya le he contado en este periódico que el cronista Figueras Pacheco decía de Alicante que era «una ciudad manejable», simpático calificativo de una ciudad no demasiado grande. O eso que dijo el escritor Gabriel Miró cuando manifestó que «Alicante está traspasada de Mediterráneo». A los artistas les calaba bien (y les cala) estas dos características que llegan a enamorar a los de fuera y a los ciudadanos de dentro. Ya me entiende.

Este pintor catalán se hospedó en el Samper atraído por su fama, por ser el hotel de los toreros y los artistas, y en donde se desarrollaba buena parte de la actividad cultural de la capital alicantina. Con esto no quiero decir que en los otros dos hoteles mencionados no se hospedasen artistas, verá como conté en este periódico que Federico García Lorca – amigo de Dalí – se hospedó en el hotel Palace (Palas) en diciembre de 1932 al representar en el Teatro Principal de Alicante con La Barraca Teatro Universitario tres Entremeses de Cervantes y La vida es sueño de Calderón de la Barca, según contó el cornista Vicente Ramos, así como que en la noche del 31 de diciembre protagonizó en su hotel una nochevieja desenfrenada.

Pero permita que vuelva con Salvador Dalí (1904-1989) y que mencione una pincelada de su biografía, nunca mejor dicho. Es conocido por su genialidad surrealista y su capacidad de desafiar los límites de la realidad. Fue un excelente dibujante con una extraordinaria imaginación que supo plasmar en sus cuadros. También se caracterizó por ser un buen observador de su entorno para llamar la atención y que todos se fijaran en él, aunque con opiniones dispares por su actitud, unos a favor y otros en contra. Siempre pasa, no todos van a opinar lo mismo, que aburrido sería, ¿no le parece? Eso sí, respetando la opinión contraria, esta es una regla básica.

¿Se acuerda cuando Dalí envolvió una tortilla en una servilleta? Así fue. En un restaurante de moda muy concurrido en Barcelona, lleno a rebosar, Dalí llamaba continuamente al camarero para obtener la atención de los demás. Todos estaban pendientes de él. Una vez pagada la cuenta para marcharse pidió que le hicieran una tortilla a la francesa, cuando se la sirvieron en un plato cogió la servilleta, envolvió la tortilla con ella, y salió del restaurante chorreándole entre los dedos. Genio y figura fue descrito por unos, y excéntrico por otros. Pero todos hablaban de él que era lo que pretendía.

En Alicante pasó algo parecido y se lo achacaron a Dalí. Ocurrió en los años cuarenta después de una tertulia que fue derivando en cachondeo. En un momento dado uno de los presentes le regaló a Salvador Dalí un gran puro habano. Este a su vez, se lo dio a uno de sus amigos en señal de agradecimiento por acompañarle en sus visitas por la ciudad. Después de los postres y de pasar a la terraza para estar más frescos ya nadie se acordaba del puro mencionado. Quien lo tenía en su poder se dispuso a encenderlo cuando de repente se escuchó una pequeña explosión. El puro había estallado en los labios de su dueño ante el asombro de todos y, sobre todo, del fumador sorprendido. Este quiso disculpar a Dalí manifestando que eran «cosas del genio, cosas de Dalí». Este también estaba asombrado, el puro iba dirigido a él.

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¿Qué pasó? Tenía una explicación. Los que sabían el origen de esta broma, reían a carcajadas, según escribió Tirso Marín en su libro Historia Secreta de la Hostelería Alicantina. En él explicó la causa de todo este suceso. En la tertulia del Samper antes de la comida algunos estaban de broma. Uno de los tertulianos, Paco Ayela, recibió como regalo un puro habano de gran tamaño que le entregó otro de esa reunión. Se lo daba con una sonrisa de oreja a oreja. Desconfió, por lo que se lo dio al primero que pasaba por allí. Pero si no fumo, dijo el agraciado, que –a su vez– se lo dio al primero que entró por la puerta que, de nuevo, se lo regaló a Dalí y que este entregó a su amigo. Imagine las vueltas que dio el dichoso puro para terminar explotando por los aires. Todos acusaron a Dalí y a unas de sus excentricidades entre risas y chanzas, pero esta vez era inocente, como cuenta Marín en su libro mencionado.

En el Samper pasaron muchas cosas, algunas de ellas cuando sus protagonistas se iban de ronda y volvían con una copa de más. Unos armaban follón despertando a los huéspedes del hotel, otros se decidían a gastar bromas que quizá no se atreverían a hacerlas estando sobrio, como aquella del valiente y arriesgado Cagancho, un torero que destacaba por el dominio del capote y su capacidad de ejecutar verónicas y chicuelinas de gran maestría, de vuelta de una noche loca después de una tarde taurina de gloria. Cuando regresó al hotel alrededor de las tres de la madrugada y llegó al pasillo de su habitación vio que los zapatos de los clientes del hotel estaban delante de su puerta para que los recogieran los limpiabotas, los limpiaran y los volviera a dejar donde los había cogido. Era una costumbre de la época, un servicio más del hotel. Cagancho despertó su duende gitano y cambió los zapatos de puerta. Cuando sus dueños quisieron calzárselos por la mañana, el lío fue descomunal. ¿Se lo imagina? No hacía falta ser Dalí para hacer presuntas excentricidades o bromas como esta.

Otro día le manifestaré más cosas del hotel Samper, de su entorno y del cercano paseo de la Explanada, que hay mucho que contar.

Pascual Rosser Limiñana

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