LOS LIBERALES
Opinión: Ángel Sánchez
Con vuestro permiso, me permito la licencia veraniega de escribir un breve cuento político. Su título: la República del sálvese quien pueda. Perdón, y gracias.
En algún rincón, probablemente entre una cafetería de moda y un fondo de buitre, se fundó la República del sálvese quien pueda. Su constitución era breve: “Artículo único: Si puedes pagarlo, es tuyo. Si no, pues… suerte en tu próxima vida” (por no decir otra cosa).
La república nació de una reunión secreta entre tres ideólogos: Nozick el Implacable, Rawls el Idealista, y Keynes el Intervencionista, aunque este último llegó tarde porque estaba esperando para coger el transporte público.
Nozick, con su capa de invisibilidad estatal, proclamó:
—¡La justicia es que nadie te quite lo que ganaste, aunque lo hayas ganado vendiendo aire embotellado a precios de oro! El Estado debe ser como un árbitro ciego: presente, pero sin meterse.
Rawls, que traía una ruleta para repartir posiciones sociales al azar, respondió:
—¿Y si naciste en una alcantarilla y tu vecino en una mansión con jacuzzi fiscal? ¿No deberíamos diseñar el sistema como si no supiéramos qué carta nos toca?
Keynes, mientras calculaba multiplicadores fiscales en una servilleta, murmuró:
—Todo muy bonito, pero cuando el mercado se pone nervioso, hasta los ricos lloran. ¿Y quién los consuela? ¡Yo, con gasto público y abrazos monetarios!
Pero justo cuando Nozick estaba a punto de ser coronado como el gurú supremo del laissez-faire, ocurrió algo inesperado. Las luces parpadearon, y el Wi-Fi se cayó. Y en medio de una nube de humo dialéctico, apareció el espíritu de Karl Marx, con barba resplandeciente y mirada de “ya os lo dije”.
Marx flotó sobre la mesa y tronó:
—¡Todo esto es una farsa! ¡La libertad sin igualdad es solo privilegio disfrazado! ¡El mercado-fetiche os está engañando haciendo que os creáis ricos cuando sois pobres que vivís de vuestro salario!.
Nozick intentó responder, pero su voz se convirtió en un susurro tímido de justificación. Rawls se puso a aplaudir tímidamente y Keynes le ofreció un café.
Marx continuó:
—Habéis convertido el mercado en una religión, y al individuo en un consumidor sin alma. ¡Hasta el aire lo habéis privatizado! ¿Qué sigue? ¿Cobrar por soñar?
Y como vino, se fue. Dejando tras de sí un manifiesto impreso en papel reciclado y una playlist de lucha obrera en Spotify.
Pero Nozick tenía el viento a favor. En la “República del sálvese quien pueda”, su doctrina seguía siendo moda. Los políticos lo citaban como si fuera un influencer. “Menos impuestos, más libertad”, decían, mientras privatizaban hasta los bancos de los parques.
Rawls fue relegado a dar charlas en universidades donde los estudiantes ya no podían pagar la matrícula. Keynes terminó dando consejos económicos en TikTok, con filtros de arcoíris y gráficos animados.
Y Nozick… bueno, Nozick se convirtió en el héroe de los CEO, el patrón de los libertarios, el santo patrono del “yo tengo, tú no, qué pena, resignate”.
Pero en algún lugar, un grupo de jóvenes empezó a leer a Rawls, Keynes… y Marx. Y entre memes, café y utopías recicladas, comenzaron a preguntarse:
—¿Y si el liberalismo no fuera solo libertad para los que ya lo tienen todo, incluso el poder?
Pero la historia no termina. Mientras tanto, en la República del sálvese quien pueda, Nozick sonríe desde su torre de cristal, rodeado de drones, dividendos y discursos sobre meritocracia… sin saber que el fantasma de Marx sigue rondando, esperando que la conciencia de clase vuelva a las mentes de los trabajadores y trabajadoras para que su miseria, aunque vestidos de ropa de marca y con un iPhone pagado a plazos en el bolsillo, les devuelva a su realidad y a la lucha, otra vez, por la igualdad, la libertad y la fraternidad.