INVESTIDURA Y CAMPAÑA
Opinión: Ángel Sánchez
El próximo 17 de junio tendremos Alcalde del PP, pues ante el fraccionamiento de la corporación surgida de las urnas el pasado 28 de mayo, el partido más votado por los y las vecinos y vecinas no necesitaría más que sus votos para investir a su candidato. La única duda es si recibirá algún apoyo más o cada candidato o candidata se votará a sí mismo.
El acuerdo “natural” entre el PP y Vox (al menos para la investidura) se ha visto condicionado por la convocatoria de elecciones y la necesidad del PP de diferenciarse de su “hermano” ultra. Quizá la operación que ya se realizó tras la investidura en 2019 podría ser una opción para Vox (apoyo en la investidura, sin entrar en el gobierno pero beneficiándose de privilegios en cuanto a retribuciones y asesores), aunque por el nivel de exigencia que los dirigentes del partido de extrema derecha han expresado con tanta vehemencia en todos los ámbitos a lo largo de la campaña e incluso la misma noche electoral, dudo que aceptase, al menos hasta que no se celebren las elecciones del mes de julio (esto es posible que incluso ya pudiera estar acordado)
En algunas instituciones, como en las Cortes Valencianas, se está planteando (por el PP), más por oportunidad que por verdadero interés de acuerdo (la oportunidad la condiciona las elecciones del mes de julio) una negociación “transversal” con el segundo partido en representación (PSOE). ¿Esto qué significaría?. Pues que el segundo grupo más votado, en su caso, se abstendría para así permitir la investidura por mayoría simple, pudiendo el PP prescindir, de momento, de los votos de Vox, objetivo de imagen del candidato popular de cara a consolidar ese discurso tan general como genérico de “somos diferentes”. En el caso de los Ayuntamientos, como ya he señalado, esto es innecesario, pero en las Cortes Valencianas la propuesta de acuerdo sobre la abstención sí parece que forme parte del argumentario del PP, aunque en mi opinión se trate de una especie de “huida hacia delante” para contrarrestar el descuadre provocado por la convocatoria electoral y así poder controlar la agenda y los tiempos previos de la investidura, como decía, más como estrategia de campaña que desde una verdadera voluntad institucional.
En conclusión, vamos a asistir, por un lado a una investidura bastante tranquila y protocolaria en nuestro Ayuntamiento con la única duda de si el partido de extrema derecha apoyará o no al Candidato del PP, o si el próximo gobierno contará con Concejales delegados de ambas formaciones o se repetirá la situación de 2019. Por otro lado, en la Generalitat, la confrontación política va a ser más dura dado el contexto electoral y, también, por las evidentes y claras líneas políticas y programáticas (es interesante, pero también necesario mencionarlo) que separan a los dos principales partidos con representación parlamentaria.
La ciudadanía votó y las consecuencias de ese voto las iremos viendo tras las investiduras, con un horizonte electoral por delante en el que no está en juego únicamente el inquilino de Moncloa, sino la continuidad de determinadas políticas que han tenido un impacto claramente positivo en la población en general. Si la ciudadanía asume el discurso plebiscitario, obviando las políticas y centrándose únicamente en los argumentos emocionales que se están construyendo (y rebotados muy eficazmente por los medios afines) para retroalimentar la trinchera, mal pinta para la izquierda, porque el electorado “natural”, o decidió quedarse en casa el pasado 28 de mayo, u optar por posiciones políticas que si han sabido crear una identidad (y unas herramientas informativas para afianzarla) , que aunque sustentada sobre todo por falacias, han sido asumidas por una parte de la sociedad. Y esa parte de la sociedad, aunque socioeconómicamente se encuentran en un segmento claramente necesitado de políticas sociales y de igualdad, se han sentido, de alguna manera, abandonados por sus “representantes naturales”, asumiendo el discurso y el relato de la derecha, porque los partidos de izquierda no han enfrentado con suficiente pedagogía los falsos debates que han ido imponiéndose en la agenda política.
Sobre éstos pormenores, quizá deberíamos hablar con mayor detenimiento y sosiego, porque tras las elecciones he oído y leído mucho sobre la “incomprensión” (jalonada de insultos) de las buenas gentes de la izquierda por el voto de “los trabajadores de derechas”. Únicamente les diría que, estar en una determinada situación socioeconómica es condición necesaria pero no suficiente para apoyar a partidos que, histórica y tradicionalmente han tenido como objetivos la defensa de la libertad como igualdad, de los derechos de los trabajadores y trabajadoras asalariados, o las políticas de justicia social: debe existir una identidad construida, y si ésta no existe, los electores y electoras que dan las mayorías ( ese votante mediano situado socioeconómicamente en la precarizada clase media y trabajadora) “comprarán” los relatos de quienes les hagan sentir parte de una supuesta e imaginada comunidad, incluso contra sus propios intereses.
“Entender” qué ha pasado es necesario para propiciar un rearme político, programático y “pedagógico”, si el objetivo es, de verdad, que la mayoría socioeconómica se convierta en una mayoría electoral y social.