El sorprendente liderazgo de Miralles
Opinión. Pascual Rosser Limiñana
Algunos nacen líderes, otros se hacen. ¿Opina lo mismo?. El protagonista de lo que le voy a contar hoy fue un líder que se hizo así mismo, con un talento especial, una personalidad arrolladora y un gran don de gentes.
Alfonso Miralles es su nombre. Su empeño, ser emprendedor. Su virtud, ser generoso. Pero lo era con un fin: dar a conocer su producto. ¿Era generoso o se trataba sólo de una estrategia publicitaria? Decídalo usted mismo, después de conocer los pormenores de lo que le voy a contar.
Sitúese en Alicante a mediados del siglo XX. Alejandro tenía la fábrica Destilerías Miralles en la avenida de Jijona donde elaboraba una bebida que llamó Cantabria, no por proceder de esa región española. Su origen fue la tierra alicantina. Sus ingredientes eran hierbas aromáticas de la sierra Mariola, de la Serra Grossa, … Entre ellos estaba el tomillo, romero, rabet de gat, …
Para muchos era una bebida refrescante y digestiva si se bebía con cuidado porque su alta graduación en alcohol podía hacer estragos entre los parroquianos.
Miralles salía de la fábrica para iniciar su ronda particular y promocionar su Cantabria. Empezaba su recorrido cerca de la plaza de Toros visitando diversos bares como el Manolín, el Ponoch, Casa Rafelín, … “¡Posam una cantabrieta, que paga D. Alfonso!”. Y era cierto que la pagaba, al menos la primera ronda. Y lo resaltaba, como cuando decía al dueño del bar: “Manuel, ponles a los amigos que paga Miralles. Que a nadie se le ocurra pedir cerveza o tintorro. El que tome otra cosa, que la pague él. Donde está Miralles, sólo se toma Cantabria, que es la mejor bebida del mundo. A ver, Manolo, ¿cuántas cajas quieres? Te mando media docena que eso te lo acabas tú en dos días. Aquél de la esquina, que se acabe el vaso y se lo llenen otra vez. A beber todo el mundo que de aquí vamos todos al cielo. De comer, ni aceitunas, que vicios yo no pago”. Así lo contó el periodista Tirso Marín en su libro Historia secreta de la Hostelería alicantina. Y entre todos consiguieron popularizar su bebida, no había bar en la ciudad que no se bebiera su Cantabria.
Así iba de bar en bar, de calle en calle, haciendo corro y desfile de gorrones y curiosos. Allí donde iba, le seguía un grupo de personas, que algo se llevarían. Donde paraban a beber Cantabria le precedía un ambiente de fiesta que animaba la ingesta de esta bebida. Una detrás de otra. Algunas por invitación, otras por contagio, que estaba buena de sabor y animaba el cotarro. ¿Se lo imagina?, tenía que ser un número, propio de un libreto de teatro o un guion de cine.
Seguía el recorrido cuesta abajo hacia el mar. Cerca del Mercado visitaba El Serpis, el Consuelo, … En la calle Duque de Zaragoza iba al bar El Coto. Este era del Bambero, padre político de Pedro Manzanares, hermano de Jose María, famoso torero. Qué grandes tardes taurinas ha dado Jose Mari Manzanares. Ahora le sigue en aplausos y éxitos su hijo del mismo nombre. El Coto era lugar de reunión de los actores que actuaban en el Teatro Principal. Se creaba una gran fiesta después de cada representación. Manolo Boru esperaba la llegada de Miralles para anunciarlo desde su barra, consiguiendo la animación suficiente para que se multiplicaran las consumiciones, primero de Cantabria, después de lo que fuera menester. Ya ve que no se aburrían.
Permita un alto en el camino, así reposamos un rato. Imagine que también lo harían entonces. Aprovecho este punto y aparte para contar la afición taurina de Miralles. El que aprendió a lidiar los avatares de la vida y a tratar con tantos que creían que lo engañaban para que les invitara, pero lo que conseguía era que todos bebieran su Cantabria hasta hacerla imprescindible en sus tertulias. El que aprendió a “torear” con miuras y victorianos, que algunos había en esos corros de gorrones. Miralles fue seguidor del Tino. También de Emilio Martín Acicolla el Titi, novillero que adquirió mucha fama por aquél entonces. Solía torear junto a Manolito Santos. En los festejos taurinos la Cantabria no podía faltar ni antes de la lidia, ni durante, ni después si había que celebrar la faena de los toreros, y si no ya se buscarían una excusa para hacerlo.
A veces Miralles llegaba a los bares de la Explanada, aunque ya iba acompañado de decenas de personas. Lo merecía si con esto la Cantabria era conocida y se consumía mucho más.
Pero Miralles tenía que tomar una precaución y esta era que el camarero del bar que visitaba le llenara sólo medio vaso de Cantabria donde casi todo era agua, que el recorrido era largo y no quería terminar perjudicado. Listo él. Y prudente.
Recomendaba cómo había que tomar esta bebida para no emborracharse ni tener una resaca peleona con fuertes dolores de cabeza, que al día siguiente había que volver a beberla por refrescante y digestiva.
Aunque cada uno la servía a su manera, sugería que lo hicieran de una forma muy concreta. Primero había que servir el agua, muy fresca. Mejor sin hielo. Después echar con cariño la Cantabria en el vaso, no de golpe. Como pesa poco, se iría deslizando con parsimonia formando varias capas, la de arriba más espesa, la de en medio más clara, la del fondo con el agua muy fría. Al beberlo se pasaba de notar un sabor muy fuerte a otro que iba disminuyendo hasta terminar con uno dulce. Ya ve, que servirlo bien también era un arte.
Muchas eran las maneras de combinarla, como la que un día le dio a uno por mezclarla con leche condensada y café, un bombón que llamaríamos ahora. Sabroso tenía que estar, ya se lo digo yo, que me gusta mucho el dulce y me lo estoy imaginando. Goloso me dirá, y acierta. Lo soy.
Algunos también la tomaban sin agua, esto me llama menos la atención, también se lo digo, que su sabor puede ser fuerte. Ahora bien, para gustos no hay nada escrito, cada uno tiene el suyo.
Hoy en día se sigue destilando esta bebida alicantina por varias marcas. Se elabora y, sobre todo, se bebe en la provincia de Alicante, y transportada allí donde sea admirado su sabor y se disfrute de esta singular bebida.