¿Por qué Lo de Die se hizo popular?
Opinión. Pascual Rosser Limiñana
Fue un personaje, ya se lo digo yo. Nació con estrella, no estrellado. Lo demuestran las vicisitudes de su vida. Vino a Alicante de muy lejos. Ahora se lo cuento. Después de establecerse en esta ciudad portuaria, de emprender negocios, tuvo que salir por patas para evitar ser apresado – en breve le explico por qué -, para regresar después con todos los honores, ser nombrado para un singular cargo, además de elegido después como regidor, hacer una gran fortuna y significar su finca de la huerta – por casualidad – de una particular manera que se hizo costumbre en Alicante en uno de los momentos más significativos para la ciudadanía alicantina. Ya verá.
Me refiero a Esteban Die Juvena. Nació en Saint-André-d’Émbrun, un pueblo francés situado cerca de Los Alpes, frontera con el norte de Italia. El primero en elegir Alicante como tierra de oportunidades fue su hermano Pierre (Pedro) en 1765. Después de él vendrían sus hermanos André (Andrés) y Étienne (Esteban) en 1768. Un año después llegó Jean (Juan). Todos entusiasmados por las posibilidades de emprender actividades empresariales en esta tierra hospitalaria.
Dedicados a diversas actividades mercantiles hasta encontrar la suya, Esteban y Andrés compraron a Tomás Vázquez en 1775 todo el género que tenía almacenado para su comercio porque se iba a dedicar a otros menesteres en Orihuela y necesitaba desprenderse de esos bienes. Valorado en 11.316 pesos, 3 sueldos y 2 dineros, dispusieron pagarlo en cinco años. Hicieron negocio, lo pagarían mientras vendieran el género, reduciendo riesgos. A su vez Pedro, Andrés y Esteban constituyeron la empresa Die Hermanos para emprender en diferentes actividades, aunque Andrés la dejó en 1787 porque fue nombrado por el rey como Administrador General de Cruzada para la ciudad y obispado de Orihuela. Allí se casó con Francisca Llorens, con quien tuvo 11 hijos.
Pero permita que vuelva con Esteban no vaya a ser que hablando de alguno de sus hermanos deje de contar sus propias peripecias. Esteban también casó, con Josefa Amérigo Ortiza. Él tenía 28 años; ella, 18. Fue una oportunidad para ambos, además de un flechazo. El amor les embriagó de tal manera que nada impidió que se decidieran por iniciar juntos su andadura conyugal. La boda se celebró el 5 de febrero de 1783 en la Colegial de San Nicolás. Tuvieron 11 hijos.
A propuesta del Ayuntamiento de Alicante, Esteban Die fue nombrado Receptor de Bulas de la Santa Cruzada de 1785 a 1793. Ya tenía un cargo público importante que le daba reconocimiento y prestigio. Y le vendría bien que así fuera para lo que estaba por venir. Vea.
En 1793 se inicia la guerra entre Francia y España, también llamada del Rosellón, de la Convención o de los Pirineos. Los revueltos revolucionarios franceses contra todos, en esta ocasión contra los reinos de España y Portugal. Con España se firmó la paz a través del Tratado de Basilea el 22 de julio de 1795.
Todas las guerras generan serios problemas. Para los combatientes, para las víctimas, para los que quedan en la retaguardia. Para los que no combaten por uno u otro motivo. Para los extranjeros de paso o afincados que miran de reojo la contienda sin manifestarse en nada para que no perjudique sus negocios. Para los que generan incertidumbre a sus vecinos o para los que son acusados de espionaje, lo sean o tan solo lo parezca sin serlo, a ojos de desconfiados patriotas.
En este tiempo convulso de conflicto armado entre España y Francia, las autoridades españolas tomaron medidas patrióticas contra los franceses afincados en España. Así, el rey Carlos IV dispuso que se embargaran los bienes de los franceses residentes en territorio español, incluso con la expulsión de territorio nacional a quienes no estuvieran casados con españolas.
Esto produjo muchas inquietudes, acusaciones infundadas… Las envidias o los recelos salieron a la luz y muchos tuvieron que huir para salvar la vida. No bastó la protección de las autoridades que les consideraban ciudadanos respetables. Ni si estaban casados con españolas. Uno de ellos fue Esteban Die. Imagínelo montado en su caballo cabalgar veloz para alejarse de Alicante a todo galope para evitar ser apresado después de ser acusado – no sabía bien de qué – por un vecino.
Esteban Díe no paró de cabalgar hasta llegar a Murcia. Era el 4 de mayo de 1793. Allí nadie lo conocía, podía pasar desapercibido. Era adinerado, sí, pero no tonto, sabría guardar las formas para sobrevivir a las circunstancias. En este lío, su hermano Andrés se fue a Argel y Juan regresó a Francia por mar a través de Alicante-Barcelona-Génova, y posteriormente por tierra desde allí.
Después de la Paz de Basilea, en agosto de 1795 el Supremo Consejo del Reino reconoció que Esteban Die era vecino de Alicante. A su vez, Antonio Ramos – Gobernador Militar en la capital alicantina – ordenó el 20 de junio de 1796 que se devolvieran las propiedades incautadas a Pedro y Esteban Die. Podían seguir emprendiendo. Aunque Pedro se fue poco después a Argel, donde se estableció para gestionar los negocios de la familia en y desde aquella ciudad abriendo mercados a la Cía Die Hermanos.
En Alicante Esteban se hizo rico con muchas actividades, también con la exportación e importación de vino. Tuvo muchas propiedades rústicas y urbanas. Está documentado en el Archivo Municipal de Alicante que al menos tuvo una veintena de casas, 2 almacenes, un granero, un horno… Valorado en 453.000 reales.
A su vez, el 10 de marzo de 1803 compró en la Huerta alicantina una finca que fue ampliada con terrenos colindantes hasta conseguir una gran explotación agraria. En ella construyó una gran vivienda solariega con un destacado riu-rau, con arcos de sillería, bodega, secadero… La llamó “Lo de Die”.
Deje que le cuente una anécdota sobre esta finca, le va a gustar. En la romería de la Santa Faz de 1804 la lluvia sorprendió a las autoridades y personal eclesiástico a la altura de esta casa. Mientras amainaba, Esteban los auxilió dándoles refugio y obsequiándoles para que comieran unos rollitos de anís y tomaran un vaso de vino de su propia cosecha. Después la comitiva siguió su camino hasta el Monasterio de la Santa Faz. Desde entonces, esa parada por autoridades en Lo de Die se convirtió en una costumbre en cada romería. Viravens lo recogió en su Crónica de 1876 impresionado de que aún se hiciera, pero es que se sigue haciendo en nuestros días.
El escritor Gonzalo Muñoz relata el devenir de los hermanos Die y sus descendientes hasta nuestros días en su libro “Apellidos alicantinos”. Le recomiendo su lectura, seguro que le interesa. Algunos de los datos de esta crónica están consultados en esa redacción.