Opinión

¿Se negó a pagar una multa de 1 duro y pagó 11 duros?

Opinión. Pascual Rosser Limiñana

| Radio El Campello

¿Se negó a pagar una multa de 1 duro y pagó 11 duros?

Opinión. Pascual Rosser Limiñana

Se negó a pagar una multa de 1 duro y pago 11 duros. ¿Cómo fue eso, se equivocó, estaba confundido?, ¿cómo cometió semejante error? Por chulería, los malos modos le gastaron una mala pasada y terminó pagando mucho más que el importe de la multa original. ¿Se lo imagina? No se apure que ahora se lo cuento.

Ocurrió en el mercado de la carne, ese que estuvo donde hoy está, más o menos, la casa Carbonell y el principio del Paseo de la Explanada. En realidad, había dos en vez de uno. Fueron dos moles enormes, rectangulares, paralelos, uno junto al otro, separado por una calle por donde los carros iban y venían descargando mercancías. En un mercado se vendía la carne, en el otro pescado y otros productos de la tierra. Los puestos o paradas se situaban unas seguidas de otras con arcos o soportales donde cada comerciante vendía sus productos. En medio había un amplio patio central al aire libre para encuentros de clientes, reuniones de proveedores. Por ese amplio hueco entraba la luz y la ventilación de los puestos.

Los alicantinos de entonces decían que iban a “comprar a la plaza” cuando lo hacían en uno de estos mercados. Y luego se quedó como un dicho popular cuando se iba a comprar al mercadillo al aire libre o a las instalaciones del posterior mercado central.

El protagonista de esta crónica es una persona que respondía al nombre de Ribelles. Vendedor de semillas en un comercio de la Rambla de Méndez Núñez, quiso dedicarse a una actividad más lucrativa. Aunque dedicara el mismo tiempo, ganaría más dinero. Consiguió su propósito con un puesto en el mercado de la carne.

Le iba bien, había alcanzado su meta, se dedicaba a lo que había querido y tenía una amplia clientela. Pero un día fue denunciado en el Ayuntamiento por un cliente disgustado. La causa de la denuncia fue el peso de la carne. Cuando su cliente llegaba a su casa y pesaba su compra se daba cuenta que la carne que había comprado pesaba menos que lo declarado en la báscula. Acusado, Ribelles no defendió su inocencia, ni manifestó un posible fallo de la balanza, ni pidió la intervención de un mecánico que arreglara ese fallo, si lo había.

Tuvo consecuencias. Un buen día, un policía municipal se presentó en su puesto de carne con una orden del alcalde de la ciudad, Manuel Gómiz Orts, para que pagara una multa de 1 duro. Era 1891, ya terminando el siglo XIX. Ribelles no discutió la multa, ni su importe, ni el plazo para pagarla. Pero sacó su genio y su chulería manifestando – a toda voz para que le escuchara todo aquél que estuviera cerca de su puesto en el concurrido mercado – que “para pagar ese duro ha de venir aquí el mismo alcalde, a quien se lo entregaré con la punta de mi cuchillo carnicero”, ante la desaprobación del numeroso público congregado alrededor de su puesto. Ya sabe que la curiosidad es inquieta y traviesa, despierta el interés de muchas cosas que a veces no lo tienen.

Y lo consiguió. El mismo alcalde fue a su puesto a cobrar la multa municipal. Gómiz también tenía un carácter fuerte y debió de pensar que, para chulerías, la suya. Allí se fue. Aceptó el envite, pero no iba a salirle gratis a Ribelles. Cuando este vio al alcalde serio y disgustado delante de su puesto, bajó los humos, manifestó que el policía había interpretado mal sus palabras y que, por supuesto, pagaría el duro de multa. Pero se llevó una sorpresa. El alcalde le pidió que lo pagase con la punta de su cuchillo carnicero como había dicho que iba a hacer. Ribelles se excusó por su exageración. Y cuando se dispuso a pagar el duro, el policía que acompañaba al alcalde le dijo que no tenía que pagar un duro sino once duros por negarse a hacerlo en primera instancia, por discutírselo a la autoridad y por “honorarios a la Alcaldía por el lujo de cobrarle en su propia parada el mismo alcalde de Alicante”. Así lo cuenta el cronista provincial Gonzalo Vidal Tur en uno de sus libros. Ribelles aprendió la lección, bromas y chanzas ninguna cuando la autoridad te hace un requerimiento con una multa por una infracción.

De Manuel Gómiz le contaré más cosas en otro momento, lo merece. Fue un alcalde con visión de futuro, inteligente, trabajador, con las ideas muy claras.

Pero permita que le cuente algo más de ese mercado. Fue el primero que tuvo Alicante como tal. Lo fue desde 1841 a 1912. Así se refería a él el arquitecto José Guardiola al manifestar que “en la fecha que se construyó, las necesidades de la población estaban perfectamente cubiertas, y cabían en él con holgura todas las mercancías, a excepción de en las fiestas de Navidad y de Semana Santa. La obra de Emilio Jover era buena en sus proporciones y distribución”. Ya ve que en las fiestas mayores la sociedad alicantina demandaba más mercancías de las que el mercado ofrecía. Las reuniones se organizaban alrededor de mesa y mantel y, entre plato y plato, la tertulia corría de boca en boca.

Siendo alcalde Miguel Pascual de Bonanza y Roca se presentó el Reglamento para el buen orden de la plaza del mercado (21 de enero de 1843) en el que autorizaba la venta de carne de los sacrificios de animales realizados en las instalaciones y en los puestos del mercado. ¿Se lo imagina?; ahora sería inconcebible. A su vez, se prohibía la venta de carne en cualquier otro sitio de la ciudad fuera de este mercado, con multas a los infractores de 50 a 500 reales de vellón. Y se decía que la pieza de carne o de pescado que estuviera en mal estado se echara al mar.

Enrique Romeu, a través de su libro “Recordar … Alicante” nos ayuda a imaginar el acontecer cotidiano en esos puestos del mercado. Allí estaban “los vendedores de gallinas vivas, con sus jaulas de tela de alambre, las ristras de embutidos, los blanquets, las morsilletes de seva y la longaniza,….” Todo a la vista, al alcance de la mano. Y sigue diciendo que había animales vivos. “Las cabras con sus campanillas y la lechera que las ordeñaba a vista del cliente, llenando de leche tibia la medida de hojalata”. Menciona más de las cosas que se podían encontrar en ese mercado. “La garrofera de melva, mojama o hueva de atún; bacallar, la coca de molletes farinosa, la gran oferta de aceitunas y variantes, pepinillos, cebollas, aceitunas gordales, aderezadas en salmuera con ruedas de limón y hojas de laurel, las barricas de sardinas prensadas, las pipas de atún, el bonito seco, …”. No siga Romeu que se me hace la boca agua, diría aquél pensando en tanto y buen manjar que hay en la terreta. Pues eso.

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