Barbarroja, piratas de ayer y de hoy
Opinión. Pascual Rosser Limiñana
Imagine una escena cotidiana de una aldea cercana a la playa. Todos haciendo sus labores, cada uno a lo suyo. Y los niños correteando por aquí y por allá despreocupados de todo, no les toca, ya lo harán cuando sean adultos, que para eso siempre hay tiempo. Una imagen idílica que nada hacía esperar lo que iba a suceder poco después.
Era un día de niebla, uno más de esos en los que avanza sigilosa desde el mar hacia la tierra. Era imposible saber que escondía. Expertos navegantes navegaban en su interior, ya sabe que la niebla es uno de los peores enemigos en el mar. Una desagradable sorpresa les esperaba a los habitantes de esa aldea y a toda la comarca. Una fuerza expedicionaria, violenta y sanguinaria iba a asolar su paz y tranquilidad.
Es fácil imaginarlo, la literatura y el cine nos lo han puesto fácil. Seguro que ha visto alguna de las películas de la saga de Piratas del Caribe que cuenta las peripecias del capitán Jack Sparrow interpretado por Johnny Depp o ha leído la novela La isla del tesoro del escocés Robert Louis Stevenson para imaginar escenas como aquellas y conocer el ambiente entre granujas y personas de mala catadura entre sus filas.
Así fue. 24 galeras de aguerridos berberiscos al mando del Arráez Zalé desembarcaron en la playa de la Albufera el 8 de septiembre de 1557. Estas fuerzas berberiscas se asentaron en dos puntos elevados – la sierra de San Julián y el Tossal de Manises – desde donde observar, bombardear y asolar las torres y poblaciones cercanas. Iban armados hasta los dientes con espadas, arcabuces y pedreros (pequeño cañón de pie y medio de longitud con pulgada y media de boca). Sus intenciones no eran buenas, venían a tomar la zona a las bravas, atacando territorios, robando haciendas y capturando a los aldeanos del lugar para venderlos después como esclavos.
Miles de alicantinos salieron del castillo Santa Bárbara para repeler esos ataques. Tenían que defender a las poblaciones de los alrededores porque al mismo tiempo impedían que atacaran la ciudad de Alicante. La rabia, el miedo, la valentía, la defensa de su familia y su patrimonio hicieron posible vencerlos, por muy violentos que fueran los piratas berberiscos, y expulsarlos al mar por donde habían venido, dejando un rastro de destrucción.
No fueron los únicos piratas que asolaron las costas levantinas. Y fue por eso por lo que el rey Felipe II se empeñó especialmente en protegerla con la construcción de torres de vigía en todo el litoral costero para vigilancia del horizonte y aviso de invasión a los ejércitos de tierra para repeler posibles incursiones de esos piratas. En la costa alicantina hubo 37 desde Dénia hasta la Torre de la Horadada, algunas de ellas se conservan en buen estado. Francisco G. Seijo Alonso las menciona todas en su libro Torres de vigía y defensa contra los piratas berberiscos en la costa del Reino de Valencia. En Alicante hubo dos, la de Agua Amarga y la del Cabo de Alcodra. Algún día le contaré algo más de todas ellas, o de las más significativas.
Pero permita que vuelva con los piratas que hoy son los protagonistas de esta crónica. Porque fueron muchos los que asolaron estas costas. Vieron en ellas la bonanza y prosperidad de sus terruños y de sus gentes, que antaño ya descubrieron otros navegantes de lejanos lugares.
Pues sí, otros piratas trajeron el terror a las costas alicantinas. Mire, deje que le cite algunas. El corsario Cachidiablo, enviado por Barbarroja desde Argel, en 1518 asolaba la costa mediterránea en la zona comprendida desde Badalona a Alicante con 17 fustas y galeotas. Este pirata “peleó junto a Alicante con el galeón de Machín de Rentería, más no lo pudieron coger (cuando decidió retirarse de la contienda) por tener viento fresco en popa, y se volvió para Argel”, según cuenta el clérigo benedictino Fray Prudencio de Sandoval en una de sus crónicas.
En 1550 el pirata Dragut, también a las órdenes de Barbaroja, desembarca en la playa de San Juan con 24 embarcaciones. En 1643 cuatrocientos moros desembarcaron en la cabo de Huerta, atacaron a los pobladores que se encontraron a su paso y atraparon a 200 aldeanos que se llevaron presos.
Hay muchas más, pero sería largo contarlas todas. Esta piratería dejó de existir por el continuo acoso de las naves del Rey español contra ellos o de aquellas con patente de corso para batallar contra el infiel. Fueron diversos combates navales los que doblegaron a esos bandidos, destacando la conquista de Orán en 1732 por la Armada española que partió del puerto de Alicante.
Hoy hay piratas muy violentos en remotos lugares en el Indico o en el Pacífico, junto con los del sur de África. Otros son mucho más sigilosos y anónimos como los informáticos.
Y otros presuntos piratas que no se esconden de nada, incluso que lo hacen desde instancias del poder poniendo precio a la actual convivencia democrática española, y en riesgo a la de los años venideros, por su ambición desmesurada, olvidándose del interés general y rozando una presunta prevaricación. Le dejo que le ponga usted el nombre, puede que no pensemos en la misma persona porque hay varios que se les podría considerar así. Es el tema de conversación mayoritario en la calle. La opinión pública está dividida entre los afines y los críticos. España siempre ha salido bien parada de la adversidad, no sin esfuerzos, y espero que ahora ocurra lo mismo. Que así sea.