Pascual Rosser

Acompáñeme a descubrir el secreto mejor guardado de la Sierra del Segura

Opinión. Pascual Rosser Limiñana

| Radio El Campello

Acompáñeme a descubrir el secreto mejor guardado de la Sierra del Segura
Opinión. Pascual Rosser Limiñana

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Esta vez vamos a la “Suiza Manchega”. De esta manera llaman a Ayna, un pueblecito de la provincia de Albacete. Tenía ganas de ir, muchas veces he pasado cerca pero aún no lo habíamos visitado. Y mereció la pena, ya verá.

La primera vez que me recomendaron ir a Ayna fue hace muchos años cuando mi abuela Anita iba allí con su Club Inglés de Bridge a competir contra otros jugadores en uno de los hoteles de esta población. Entonces me decía que Ayna era un paraíso. Sabiendo como sabía que me gusta visitar pueblos de la geografía española y descubrir sus sorpresas, y este tiene muchas, me invitó a visitar esta localidad. Le invito yo ahora a que me acompañe a descubrirlas.

Cuando se acerca a ella, varios son los miradores desde donde disfrutar de sus vistas. Al llegar por la carretera que viene desde Albacete está el primero de ellos, le llaman el del Diablo. Fíjese bien, hay unas escalerillas entre las rocas en una curva. Si se le escapa porque está difícil de ver, no se preocupe, hay otros más. El siguiente es el mirador del Sidecar recordando que en esta población se rodaron buena parte de las escenas de la película “Amanece, que no es poco” del director José Luís Cuerda con los actores protagonistas Antonio Resines, Pastora Vega, Tito Valverde, Gabino Diego, María Isbert, Enrique San Francisco, … Se estrenó en 1989. En diferentes partes del pueblo se destaca que allí se rodó una escena de esta película.

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Saliendo de Ayna por donde está el hotel Felipe II en dirección a Mundo el navegador nos lleva a lo que llaman el Benidorm de Ayna muy cerca del río para que sus habitantes se refresquen en verano. Deje que le diga que relación destacada tuvo el rey mencionado con esta localidad. Le concedió por escrito el título de Villa en 1565 en un pergamino firmado de su puño y letra, y Ayna dejó de depender del Concejo de Alcaraz.

A Ayna se le llama la Suiza Manchega por la abundante agua y vegetación que hay en la ribera del río Mundo que pasa por allí, por su belleza, por sus imponentes farallones rocosos en su entorno y porque suele nevar en invierno.

Hay varios lugares para acercarse a escuchar y ver el agua que corre libre, como la cascada del Arrollo de la Toba que vemos muy cerca desde el coche antes de pasar un puente y continuar la marcha. Bajo dicho puente el río Mundo se encrespa y baja con fuerza. Escucharlo y verlo es un espectáculo. El pueblo se levanta delante de nosotros escalando la sierra.

Aparcamos antes de entrar en la calle Mayor. Nos advierte un labriego que pasaba por allí que, aunque se puede acceder en coche, la calle se estrecha en algunos puntos y los autos anchos como el nuestro pueden rozar los retrovisores. No arriesgamos y le hacemos caso. Caminar por esta calle nos permite ver otras aún más estrechas y empinadas, seguro intransitables cuando llueva. Llegamos a la plaza Mayor donde está el ayuntamiento, la oficina de turismo y el museo etnológico frente a una grada donde los ayniegos disfrutan de los acontecimientos sociales como la suelta de reses durante las fiestas del 4 al 8 de septiembre en honor de su patrona la Virgen de lo Alto. Fueron hace casi un mes y aún están instaladas las puertas, las vallas y los burladeros improvisados. Nos dice un vecino que la mayoría se quedan ahí hasta las fiestas del año que viene, es lo más práctico, dice, no van a montarlo y desmontarlo cada año …

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Acudimos a otro mirador, el de Los Picarzos. Impresionante. Vemos en frente y allá arriba una estatua de la Virgen de lo Alto, muy venerada entre los vecinos de Ayna. Después de comer de picoteo en el Bar El Mirador volvemos por nuestros pasos y subimos por la empinada escalinata de la iglesia de Nuestra Señora de Lo Alto y de allí al castillo, o lo que queda de él. Ese día el viento era fuerte y el ascenso, ya empinado, nos costó superarlo con un esfuerzo mayor. Soplaba con tanta fuerza que nos hizo dudar si era prudente la subida. Pero no nos rendimos. Con precaución, allí fuimos. La sorpresa fue mayúscula. Conquistamos el castillo y la cueva de los Moros, el viento no pudo con nosotros. Entre rocas altas y escarpadas pasamos al otro lado por una grieta para asomarnos al mirador de los Mayos. El pueblo estaba a nuestros pies. Sus estrechas calles parecían un laberinto. No volvimos por donde habíamos subido, no era prudente, y fuimos por el lado contrario también por bajadas pronunciadas. Menos mal que en algunas calles había barandillas donde agarrarse y evitar resbalarse.

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De nuevo en la plaza Mayor hay un panel grande con recomendaciones como son las de recorrer una de las nueve rutas de senderismo y dos paseos urbanos, que Ayna tiene de todo.

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